"¿Acaso soy consciente de las imágenes? Creo que sí, soy terriblemente consciente que entre las personas y yo se interpone un muro de imagenes. De algunas soy yo el responsable, otras las crean mis amigos y conocidos. Todo el tiempo proliferan imágenes mías, es una planta feroz; me entrego al prójimo con una inocencia ilusoria, para darme cuenta que creo imágenes. Las personas que me conocen las guardan en sus memorias, es con ellas con quien tienen verdadero trato. ¿Por qué las imágenes nos condenan a esta soledad? No sé qué piensan los hombres de mí, ni qué piensan de mis imágenes, ni siquiera sé si me juzgan por éstas o se dan cuenta que son máscaras involuntarias. Quiero encontrar el centro de mí mismo, esa parte que como dice Borges no es tocada por el tiempo ni la adversidad, ese centro sin el cual la vida se volvería inconfesable, ese núcleo que hoy ofrendo con manos desnudas a mis amigos,tesoro milagroso, a mi familia, suelo de un templo, y a todos aquellos por los que alguna vez profesé amor o que gratuitamente me lo donaron."
Así pensaba Jerónimo Trinto mientras miraba por la ventana de su hotel, empañada por el enorme frío del invierno de Berlín. No podía ver nada del paisaje urbano que a veces lo consolaba, el iris de su ojo derecho estaba grande como una esmeralda. Tenía la vista fija en él, porque en las horas tristes se le insunuaba una revelación sin tristezas.
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