Nombrar es un acto divino. Cuando Dios dijo el mundo, éste fue, decir y hacer en Él son la misma cosa. Dar nombre es dar ser. En el origen de la creación, según el Génesis, Adán y Eva dan nombre a las cosas y animales. Este acto de nombrar es llevado acabo por el artista cuando crea un poema, una pintura, una escultura. Dar nombre no es algo aleatorio sino que el nombre resignifica la obra, ésta puede entenderse a partir del nombre, en contraposición con él, incluso desde su indiferencia como en las obras contemporáneas llamadas Composición, Dibujo, Ensayo, Prueba y algún número más o menos arbitrario. Escribir algo y luego darle un título bajo el cual los demás lo reconozcan no es ni tarea sencilla ni banal, porque es gracias a ese nombre que la obra entra plenamente en el mundo de los hombres, es con ese nombre que admitimos que una cosa más pueble este mundo con propia ciudadanía. Como decía Borges, como se preguntaba el rabino de su poema, ¿por qué di en agregar a la infinita/ serie un símbolo más?...el artista se pregunta por qué nombrar esto o aquello, por qué dar a los demás una sinfonía o un grabado. A veces asistimos a una contestación misteriosa de esa Fuente Universal de donde mana el arte, a veces simplemente seguimos creando, tímidamente, esperando que esos objetos nuevos tengan algún valor que los sustente en la existencia. Otros crean por impulso, sin los engaños de la inspiración, sino por medio del trabajo incesante, de la más absoluta precisión en la palabra. El arte es la vinculación fundamental y primigenia que tiene el hombre con el cosmos. Por eso, el hábito de crear no puede detenerse, ni tampoco volverse más pobre, pues donde hay arte auténtico se esconde una luz, un eco de algo que intuimos y no llegamos a ver con claridad, de algo que se escenifica...la verdad misma, el hombre, Dios, el Amor que como dice Teresa Leonardi no puede morir.
SH
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