La película de Daniel Rosenfeld es una esmeralda, hecha con
suma elegancia, con una precisión estética y una lucidez que no es común. Está
basada en el cuento homónimo de Silvina Ocampo y cuenta la historia de una
mujer que vuelve a la casa de su tía para suicidarse y recibe tres visitas
inesperadas.
Primero debo reconocerle al director la excelente decisión
de haber mantenido los diálogos intactos del cuento de Silvina. Realmente,
escuchar a los personajes decir las palabras de la autora es un privilegio,
nadie podría haber dicho las cosas mejor que aquella quien las creó. Por
supuesto que hacer esto supuso obstáculos para la realización de la película,
pero de la dificultad surgió la fuerza y el film lo prueba con creces. La
cantidad de registros en las palabras de Silvina es maravillosa: hay patetismo,
hay ira, hay desconcierto, hay humor, hay sarcasmo, hay teatralidad…además de
que escuchar a Cornelia en carne y hueso- posible en el cine gracias a Eugenia
Capizzano que lo hace increíblemente bien- hablar las palabras de un libro de
papel y tinta es un contraste más que agradable.
Paso a enumerar aciertos, luego me detendré en mi
experiencia. La música es exquisita, actúa en la medida justa, intensifica o
suspende el sentimiento, por momentos ella es la protagonista, ella es
Cornelia. La película comienza con los grabados de Max Ernst que son bellísimos
y extravagantes, escenas cotidianas pero dadas vuelta con algún personaje
metamorfoseado total o parcialmente en animal. Estas monstruosidades ya nos
anticipan la ambigüedad de la película, su carácter fronterizo, sus vaivenes
entre el sueño y la realidad, entre lo surreal y lo real, entre lo absurdo y lo
lógico. Las actuaciones son impecables, al igual que la fotografía, que le da
al film parte de su esplendor. La forma en que la cámara mira a través de esa
casa y circula y rodea a los personajes es fantasmagórica y misteriosa.
Ahora es tiempo de hablar de mí, de mi yo-espectador. En
arte es pecado mentir. Todas las cosas que dije son ciertas y fueron ciertas
las dos veces que vi la película. Sin embargo, la primera vez a todo esto tuve
que sumarle la percepción de mucha lentitud y de aburrimiento. ¿Cómo algo que
reconocía tan bello podía hacerme sentir aburrido? Decía interiormente…ya sé
que falta aparecer un personaje, por favor que corra el tiempo…Este
aburrimiento no invalidaba la película, ver a Cornelia con ese traje crudo
hermoso, escuchar el texto de Silvina, eso era increíble pero no desprovisto de
tediosa lentitud. Sorprendentemente, la segunda vez que vi la película todo
esto desapareció. En un momento, incrédulo, me dije a mi mismo que se me había
pasado muy rápido. Si antes había dicho que todavía faltaba un personaje, ahora
dije que tan solo faltaba esa última visita. Entonces, todas la virtudes del
film se afinaron y exaltaron, sobre todo la música y los ruidos de los
personajes caminando por la enorme casa.
Justo antes de la película, la segunda vez, estuvo Daniel
Rosenfeld y dijo una frase de Silvina: “No soy sociable, soy íntima.” De aquí
se desprende el carácter onírico del cuento/film y de la atmósfera que crea
alrededor de sí. Los eventos y los hechos suceden por causas desconocidas, los
personajes tienen motivaciones igualmente oscuras o ridículamente evidentes-
como los constantes pedidos de Cornelia a dos de sus visitas de que prometan
matarla-. El tiempo, el espacio, la misma corporeidad se desdibuja. Cuánto
tiempo sucede entre un evento y el otro, dónde están los personajes que
aparecen y desaparecen dentro de la casa, si ellos son reales o ilusorios o fantasmas
o muertos…esas son preguntas que nos hacemos y que no tienen respuesta (¡y que
así sea! O de otro modo, que aburrido sería todo). En la confluencia de tantas
cosas inciertas, algo- las características de ese algo tampoco las conozco,
puedo llamarlo belleza o arte- surge y resplandece y APARICIÓN APARICIÓN
REVELACIÓN, y nosotros, repletos de encanto y de placer.
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