“(…)yo
creo que si uno fuera un poeta sentiría cada momento como poético. Es decir, uno viviría amando la vida,(…)” Borges
Decir que vivimos en Buenos
Aires es declarar dos cosas al mismo tiempo: que estamos en Buenos Aires y que a la vez no lo estamos. En cada rincón, calle, cartel hay manos
extranjeras. Esta afirmación no es solo geográfica sino espiritual. A la vez
que nos sentimos pertenecientes a un lugar determinado, cruzar la calle significa
cruzar un abismo.
Julián León Camargo y
Sebastián Camacho encontraron en la tímida calle Bogotá reminiscencias de su
país de origen. En Buenos Aires está Bogotá como en una matryoshka, y así
tantas cosas más que esperan ser descubiertas.
De la basura encontrada en
esa calle salieron las bases de esta muestra hecha por artistas que se saben
extranjeros en una tierra que sin embargo homenajean. Los objetos interesantes
fueron fotografiados como si fuesen joyas discretas-así dice Houellebecq de las
primeras fotos de Jed Martin-. La planta de abajo es una suerte de preludio, la
imagen de una amistad artística; la segunda planta no deja dudas de la
presencia de dos hombres distintos, que crearon en conjunto obras que se
enlazan perfectamente.
De la intertextualidad con
el cuadro Los embajadores de Holbein
surge un trabajo con técnicas opuestas. Julián León Camargo tomó los colores
del telón de la pintura e hizo otros de acrílico sostenidos por maderas.
Sebastian Camacho se decidió por la calavera deformada y la dibujó en su
proporción normal con lápices de distinta dureza, pero con la particularidad de
usar solo un lápiz por obra, guardando los residuos en cajas expuestas en la
galería y sin poner atención a si la calavera quedaba terminada o no. De ese
cuadro renacentista, los artistas tomaron dos elementos verdaderamente barrocos.
Caminar entre las obras era, en algún aspecto, caminar entre tumbas y
esqueletos, entre paños brillantes de un teatro del azar y de la decadencia. La
basura de la calle Bogotá de Buenos Aires sostiene, conceptualmente y
gráficamente, los telones de un teatro de calaveras que nos recuerdan que
moriremos. De ser extranjeros colombianos en Argentina, pasamos a ser eternos
extranjeros en el mundo cotidiano, incesantemente cambiante y misterioso. El
artista es el extranjero por excelencia. Pero ese estado de ambigüedad e
indefinición no puede durar, difícilmente soportemos vivir en el núcleo del
abismo. El artista ama la vida más que nadie, con complejidad y sin soberbia,
él se afinca en todos lados, porque en todas partes ve el revés amigable de las
cosas. No hay angustia en las calaveras de Sebastián, hechas con una delicadeza
de orfebre. La variedad de valores de grises les da una profundidad virtual como
si las calaveras fueran tres y una sola al mismo tiempo. No hay terror en los
brillantes telones de Julián destinados a la destrucción por la delicadeza del
material que pende llanamente de maderos. Pero más que los telones, de evidente
efectividad y elocuencia, quiero notar un montículo de láminas de acrílico de
varios colores en un rincón. Esos residuos juntados en una pequeña torre son un
juego, un testimonio de sobriedad y, en fin, la visión de que las cosas
relegadas deben ser las más tenidas en cuenta. ¿No son también acaso las
calaveras residuos de hombre?
El trabajo que comenzó como
una empresa íntima de retorno a la ciudad materna se convirtió en una empresa
espiritual sin límites de nación, pues ya los límites de lo humano bastan para
que nos sintamos embajadores a un tiempo, locales a otro, ya sea que nos
extrañe o nos parezca propia la tierra donde vivimos, los amigos que nos
hacemos, las calles y los templos que frecuentamos.
Lugar: Galería AMA Venezuela 458, San Telmo.
Me gustó eso de "¿No son también acaso las calaveras residuos de hombre?", y como engancha con todo lo anterior.
ResponderEliminarTambién me parece interesante como cada artista presente(Holbein, León Camargo, Camacho y Hamelau) trabaja de distinta manera el concepto de "embajadores". Uno, el primero, lo tomó de su realidad circundante y de embajadores concretos. Los segundos se hacen embajadores ellos mismos de la obra pictórica y la actualizan al ser ellos como enviados de un país en otro, con esa mirada única que da el ser extranjero en un lugar (extranjero como ajeno, no necesariamente de otro país, aunque lo sea también en este caso). Y el tercero llamándonos la atención y haciéndonos partícipes a todos, a través de los segundos y el primero, de lo extraño que es el mundo y de lo extraño que es el ser humano.
En el comentario anterior me olvidé de un artista, por estar este fuera del cuerpo principal de la reseña. Y aunque no me siento capacitada para hablar de Borges, lo voy a hacer igual. En cierto sentido, el epígrafe que da comienzo a la reseña engloba las tres visiones de los artistas que a continuación suya se presentan porque si bien nombra a los poetas, Borges, creo yo, está hablando más de una "actitud poética" que de una profesión. No puedo hablar de Holbein y no conozco a Camacho, pero puedo dar fe de que Hamelau y León Camargo viven poéticamente.
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