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jueves, 21 de marzo de 2013

Intemperie: Julian Leon Camargo y Diego Atucha


La muestra surge de un encuentro casual: una misma foto tomada tan solo con 6 meses de diferencia cuando ambos artistas estaban en Ginebra. De esta intuición surge un universo que doy en llamar ‘ingeniería del azar y de la percepción’; mostrarlo es el propósito de estas líneas.
En esta obra conjunta, que encubre una muestra de fotografía urbana- pero que es mucho más que eso- cabe preguntarnos como Danto no qué es arte-las fotografías evidentemente- sino cuándo hay arte. La instalación en esta galería transforma la fisonomía de las paredes. El vidrio que da al frente fue pintado de blanco, como en las refacciones de cualquier comercio corriente y adornado con un ratón; muy cerca del suelo, gracias a la ausencia de pintura leemos el nombre de la muestra y de sus creadores. Entro. Veo surgir la abstracción blanca y gris de la ciudad, no de una ciudad sino de todas o cualquiera. Baldosas de la calle rotas y desniveladas fueron dispuestas en el suelo. Pequeñas formas de cemento están suspendidas o en el suelo, tiras de plástico dispuestas en líneas verticales sobre la pared, trozos de madera en balances inestables sostienen plástico o cemento o algún tipo de basura que podría encontrarse en un lugar en construcción, una varilla oxidada y curva cuelga a la entrada. Al fondo, un dispositivo sostiene un par de auriculares rotos, y en una pared se exhibe la foto doble de la intuición primera. En el suelo, en una caja tímida, se esconde el corazón de la muestra: una serie de fotos tomadas en la ciudad de situaciones azarosas, de objetos casi distraídos que necesitaban ser contemplados. Los ojos de los artistas operaron esta transformación: la de volver perdurables los gestos cotidianos de la urbe a la intemperie.  EL OJO, tanto mecánico como anatómico como espiritual, esa primacía del ojo que ve todo, que añora o intuye un descubrimiento.
Sin embargo, ‘la obra’- qué palabra fuerte y ambigua, anticuada y no obstante correctísima- no termina aquí, los límites son difusos, la alquimia del arte difícilmente pueda ser encerrada. Un río de cinta, que dentro mantenía juntas algunas baldosas, que imitaba un charco con su reflejo, se extiende sobre la alfombra donde los espectadores esperan para entrar. Afuera de la galería Alvear, una media fue puesta cubriendo la punta de un barrote, un ensamblaje de madera y plástico imita la fina curvatura del hierro de una parte de la verja, y en la calle, detrás de unos tachos grandes de basura, en un lugar destinado para publicidad varia fue pegada una foto ampliada que formaba parte de la exposición. ¿Podría haberme dado cuenta de esto si los artistas no me informaban? Pues probablemente no. ¿Debería suponer que no notar estas alteraciones que forman parte de la continuidad de la obra es una deficiencia del espectador? Para nada. Allí está la ingeniería del azar montada por los artistas, lista para atraer la atención del espectador, para incitar los sentidos con las bellas dulzuras que tienen la ferocidad y la incongruencia de la vida urbana. Pero todavía la estructura descripta no cesa, debe sufrir un proceso en abismo. Entre las fotos hay una de una media en la misma posición que la puesta a las afueras de la galería. Si le sacara una foto al nuevo calcetín, ésta podría integrar la muestra o incluso otra. Podría hacer lo mismo con el dispositivo de madera articulada semejante a un barrote, o con la foto tapada por tachos de basura. No solo la obra misma se reproduce sino sus fuentes. Las situaciones estéticas dignas de ser tomadas como objetos artísticos se multiplican y cruzan el puente desde la obra a la vida. Asistimos a un proceso en el que la repetición de gestos engendra percepciones nuevas. Ya ni siquiera para quien asiste a esta exposición, sino para cualquiera que en su vida cotidiana puede ser arrastrado por la sensación de que algo en esa ciudad tan perfecta en la que vive está fuera de lugar y merece la más detenida atención.
 Cuando entramos a la exposición, solos, siguiendo las instrucciones tiránicas de lo que Julian Camargo llamó ‘burocracia estética’, diseñadas para aumentar el sentido de espera frente a la obra, darle el aura de lo inaudito, de lo que merece una iniciación-incluso en la sencillez de la burocracia, que como es estética es tolerable-, primero sentimos la inestabilidad de las baldosas, sentimos cómo golpean contra el piso, cómo hacen un sonido que retumba en toda la sala; y esa microscópica belleza espontánea ya insinúa los primeros pasos de la profundidad de lo que se despliega frente a nosotros. Luego están los objetos en equilibrio inestable, todo el mundo de la posibilidad está allí retratado, la inminencia de algo que no sucede se nos imparte por medio de las fisonomías más rudas. Las fotografías captan este mundo de la posibilidad, allí podemos encontrar desde cajas apiladas a la perfección semejantes a pequeños rascacielos hasta círculos rituales, o abrazos de cintas amarillas, o rojas y blancas entre tachos y objetos de concreto averiados.
Los plásticos pegados en la pared en líneas verticales funcionan como una repetición disonante. Aquí el juego del azar se paraliza. Pero, también, no puedo dejar de mencionar el precioso texto de Bianchi donde expone una intriga fundamental del hombre, y quizá del hombre moderno: constantemente nos rodeamos de rutinas para notar en ellas el elemento que sobresale, para ver más nítidamente lo extraordinario en referencia a lo anodino-palabra bellísima con un significado desgraciado-. Las líneas si bien inarmónicas, no dejan de tener coherencia en la integración de esta obra total que vive en cada parte, en cada percepción, en cada encuentro fortuito con la materia. Nada de lo que sucede en Intemperie de Camargo y Atucha puede ser desvinculado de la arquitectura que le dio origen, la del AZAR, y las paredes de la galería de Cecilia Caballero se han convertido en una manifestación de esa arquitectura, evanescente y cotidiana, vivida por todos pero vista y gozada por pocos. Decididamente, la obra de arte se muestra como desocultamiento de la verdad; una aparición no del todo precisa, siempre ambigua, que nos envuelve y de la que solo podemos dar cuenta por el placer que suscita, por la infinidad de asociaciones que genera en las sinapsis de las neuronas. 

SH

domingo, 17 de marzo de 2013

"toda vida es un proceso de demolición" Fitzgerald

Ese proceso de demolición ya empezó. No tengo duda de ello. No me interesa detenerlo. En todo caso, siento que es mejor ser destruido. En la ausencia cabe un punto infinitesimal donde estoy yo y donde está mi resurrección. Entonces, solo me planteo un camino espiritual, un camino de arte, para crear, para arribar a una creación que valga algo, que sea en definitiva lo único que se le puede pedir al arte: ser auténtico y por lo tanto cierto y por lo tanto un agujero negro que se abre en la historia del mundo. Un agujero negro diminuto, imperceptible, inofensivo, pero con una fuerza sobrenatural y una profundidad igual a la del mar o la del cielo o el horizonte. Ese camino artístico es mi justificación, es la forma en que me redimo de ser banal, es el gesto más importante de mi vida-junto con el amor- el que me puede llevar al centro oscuro de mi alma, al centro infranqueable del alma ajena, a Dios. Entonces, AQUÍ ESTOY MARTILLOS, GOLPES, BALLESTAS, ARMAMENTO, VENENOS AÉREOS Y ACUÁTICOS, MACHETES, GRUAS DEMOLEDORAS... demuélanme, háganme arrodillarme, háganme conocer el peso de las palabras, el silencio, el trazo del lápiz, la densidad del color, la potencia de una melodía...ya llega la disciplina, me desvanezco, me pierdo en los laberintos de mi propia carne, es un consuelo que sea mi carne y no la de otro, la salida está en alguna parte, el camino artístico es igual a la manera acertada de salir del laberinto. Para poder traspasar por el umbral de la salida, primero he de morir de hambre...

SH

Sobre la religión

La belleza de la Iglesia se ha perdido, diría que ya esta perdida. La misa, la liturgia, los rezos, todo está repleto de símbolos que el hombre moderno no puede ni comprender ni descifrar. El costado material de los símbolos es visto como opulencia(varias veces con razón), este ya no produce ningún gesto sagrado, los hombres sienten que tal o cual ofrenda está vacía, solo reluce de banalidad. Entonces, llegado este momento, creo que solo queda el vacío, solo en la aniquilación, en la abolición de todo lo que es obsoleto puede haber esperanza de ver a Dios. La barreras que el hombre ha inventado, que a cada paso de la vida nos distinguen, nos separan, todas esas barreras me parecen ilusorias. No digo que no sean necesarias, eso no las excluye de ser una benigna ilusión. Entonces, quizás en el vacío es que podamos ver a Dios, para luego recuperar siquiera un poco, en la forma del estudio o de la nostalgia, la variedad de símbolos que hoy alberga tanto la iglesia católica como todas las religiones auténticas que están dispersas sobre la Tierra. Un Papa, llamado Francisco, puede ser un signo de renovación. También puede no serlo. Tan simple es el binomio, si o no...me gusta pensar que muchos cambios vienen en favor del hombre, no lo sé...solamente me gusta pensarlo, y en ese gusto está puesto un deseo. Un esfuerzo algo incoherente por otro lado, porque no es posible que quiera cargar la restauración de cierta parte del mundo-físico y espiritual- en una sola persona. Tengo que cambiar yo, el otro, el otro, el otro, el otro...una cadena infinita del tamaño de la esperanza.

SH

miércoles, 13 de marzo de 2013

The New York Trilogy by Paul Auster

Acabo de terminar el libro. Quiero que este blog retenga mis impresiones tan vividas y tan equivocadas como puedan estar de este libro maravilloso.'Increible' es lo unico que me sale decir. No creo ni exagerar ni caer en un error. Todas las palabras en este libro fluyen. Me asombra tanto, como le habran venido a Auster las ideas, los personajes, la trama; y mas importante aun, como todo eso fue canalizado en palabras tan sencillas, tan perfectamente combinadas, dotadas de una firmeza sobrenatural, tanta como para decir-y velar- los secretos mas abigarrados del corazon del hombre, y a la vez palabras tersas, sutiles, justas, liquidas. Es parecido a los mares de la costa italiana o de otros lugares, donde el agua es tan clara como para que uno se deleite en las tonalidades que van desde el safiro al esmeralda, pero donde a la vez esas aguas claras son tan profundas como para esconder otras en donde no penetra la luz, en donde los peces tienen dientes afilados, cuerpos fosforescentes y hasta aguijones venenosos. Esas mismas aguas playas y tranquilas en la orilla y furiosas y mortales mar adentro. Toda esa variedad es comun al mar, al cielo estrellado y a esta trilogia de Auster. Los eventos tambien parecen totalmente posibles, unos se deslizan en otros y en otros, pero nada parece hecho por la logica sino por el azar. Es el AZAR, es su fuerza sencilla e inalienable la que penetra todos los personajes y todas las acciones. Todo es obra del azar, las coincidencias de los nombres, la eleccion de un cuaderno rojo, los encuentros de los personajes, los lazos entre una ficcion y otra, entre las novelas y entre todas las correpondencias literarias que oculta o expresamente encierra el libro. Tambien es cierto que todas esas coincidencias podrian ser parte de un plan. Si me pusiera a analizar, veria que muchas de ellas tienen mas sentido de lo que mi vista ahora puede penetrar-tampoco estoy tan seguro porque las razones por las que actuan muchos personajes son desconocidas o contadas por gente que no tuvo contacto directo con los hechos-. Pero, sinceramente, no me importa. En realidad un poco si, descubrir las motivaciones de esas correspondencias es un trabajo interesante, me volveria un detective de los personajes de Auster, y eso tiene mucha onda. No obstante, toda esa estructura no funcionaria si no fuera presentada bajo la apariencia del azar-que no es lo mismo que decir que es el azar mismo? me pregunto-. Si yo no sintiera esa belleza inocente de la coincidencia, entonces muchas de las alegrias de este libro desaparecerian. En serio pienso que The New York Trilogy fue una aventura grande para mi, llena de cosas misteriosas y llena de lineas felices que me dieron escalofrios y me hicieron tener la piel de gallina. Creo que eso es la literatura y ya con eso tengo bastante.

SH
(el teclado que uso no tiene tildes)