Veo estos cuadros como si fuesen reales, como si fuesen ventanas abiertas sobre otro mundo, y al rato entiendo que son la maravillosa creación de un hombre. Las personas sucedieron, son reales y simbólicas. Dix y Beckmann eran genios y como tales se dedicaron a pintar al hombre. A observarlo bien y probar con inmenso esfuerzo cuál era el sabor de ese centro misterioso que constituye la humanidad. No decidieron representar a ningún hombre. Pero tampoco es el hombre ideal. Es más bien la proyección infinita y vasta de lo que significa ser hombre, desde sus momentos sublimes hasta aquellos atroces.
Ambos pintores vivieron de cerca la guerra. Los dibujos de Dix sobre la guerra son un auténtico diagnóstico de la crueldad humana, y en realidad del estado del alma del hombre que en esos tiempos se embarcó en una travesía para estúpidos. No hay heroísmo alguno en los soldados, Todos son pedazos de carne, muñecos grotesco, niños asustados…En los dibujos abunda la muerte, no solo explícitamente -como en un cuerpo en descomposición o una calavera o un asesinato- sino en el rostro desequilibrado de los soldados que desconocen su lugar en ese ambiente hostil. Las máscaras de gas que portan prefiguran la muerte. El trazo de los dibujos fuerte y enérgico da a la composición una violencia expresiva formidable. Dix no solo retrata la guerra sino todo tipo de violencias de las que está lleno el corazón humano como los asesinatos sexuales a prostitutas. Hace esto con una suerte de arrebato pudoroso. Veo en el dibujo a la prostituta muerta, abierta de piernas sangrando, la escena es horrible y nos inspira piedad. Pero no deja de ser estática, una suerte de estampa que es irreal y fría. Pero al lado uno puede ver un perro ladrando con rabia, un perro montado sobre otro en pleno acto sexual. La violencia es desplazada hacia otro lado. Y en el momento en el que se desplaza uno recuerda lo que en verdad está viendo, un cuerpo que salía vivir. En ese animal arrebatado que está al lado del cuerpo, pesa una carga enorme: es un mensajero de la muerte, es la marca de su paso, es una suerte de intuición que nos transmite como un balazo la fuerzas más bajas del hombre. Necesitamos dos planos, la simpleza de uno nos recuerda la bestialidad del otro.
Resalta un dibujo de Dix en el que retrata el suicidio. El cuerpo de un hombre se encuentra suspendido de una cuerda, ahorcado, mientras su alma descansa sentada sobre una silla justo al lado.
Beckmann celebra con maravilla el disfraz, el velo, el grotesco. Desarrolla con el tiempo un estilo de lineas simples, planos amplios, colores y sombras definidas, le interesa menos el realismo que la expresión. Hace bellos retratos en los que incluye con delicadeza el afecto que siente por las personas retratadas. Retrata la vida bohemia, del alcohol, de los prostíbulos, pero con composiciones más cálidas. Piensa en la belleza de la forma y no en su horror. Dix en cambio es casi despiadado. No le interesa el realismo pero sí la deformación. No copia nada. Crea seres macabros, seres no aptos para la vida más que en un estado degradado. Busca la fealdad como si ella los salvara. ¿Siente piedad por sus criaturas? ¿Las ama, las odia, las quiere ver en el barro? ¿O las redime, las muestra en su insoportable degradación para inspirarnos vergüenza de nosotros mismo, para que las queramos? No lo sé.
Durante el nazismo, ambos pintores buscaron la forma de sobrevivir, plasmaron en el clima o en situaciones irreales la verdadera realidad alemana. Beckmann pinta un mar bravo. Dix Lot y sus hijas, donde en el primer plano están Lot borracho con sus hijas desnudas intentando tener sexo con él. Ellas están vestidas con unas ropas coloridas de mal gusto, con unos drapeados exagerados y espantosos…pero atrás está Dresden quemándose. Uno puede contemplar en el bellísimo uso del rojo, del naranja y del amarillo la majestad del fuego.
Ambos pintores se inclinaron con el tiempo por los motivos bíblicos, pintaron a Jesus muchas veces, sobre todo en la cruz, no necesariamente siguiendo la historia de la Biblia sino adaptando la figura crística a los tiempos modernos.
Los cuadros de Dix y de Beckmann son bellísimos y por eso, se transforman con cada interpretación. No tienen una sola lectura ni apuntan en solo una dirección. Estas obras con su fuerza nos permiten tener una suerte de intuición acerca del mundo y del hombre. Esa debe ser la potencia de un cuadro y en el fondo de cualquier artista, que mediante la técnica pueda forjar un modo de representación que sea una configuración del mundo entero.
Santiago Hamelau
No hay comentarios:
Publicar un comentario