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sábado, 29 de marzo de 2014

Tracing Isadora



Para mí, el arte es una suerte de milagro y ver que la belleza es común, como decía Borges, y que el hombre puede crearla con aparente facilidad me emociona. Por eso, las bibliotecas, los edificios hermosos, los escenarios…y tantos otros lugares me parecen templos más que lugares cualesquiera. 

La limpidez del vestuario y de los movimientos, al igual que el impoluto drapeado de tela blanca del fondo, daban la impresión de una antigüedad lejana y pulcra, casi no tocada por el tiempo, sino por la Idea. En la primera sección- porque la pieza está dividida en tres-, el piano, interpretado magistralmente, ejercía su magia sobre los espectadores y los bailarines por igual. Ese continuo tocar el piano por los bailarines, en el medio de la coreografía, invitaba a pensar el piano no como el telón de fondo del baile, sino como un objeto concreto y real. El piano daba el encanto de la música, y hubiese sido difícil sentir la misma emoción, si uno hubiese solo mirado cuerpos mudos. 

El cuerpo también se volvía un objeto más, un objeto con consciencia de sí, sin utilidad, solamente él en su condición de peso, volumen y tamaño. Aun cuando robusto, aparentaba ser ligero, aún cuando el movimiento era arriesgado o complejo, los brazos y las piernas daban la impresión de estar meramente caminando. Y así es que el cuerpo también buscaba negarse. Se volvía aire. Pero no dejaba de ser cuerpo, y en el intento de fundirse con su elemento contrario, buscaba atraparlo como podía, con las manos, con el pecho, con la respiración. La piel era una tela elástica destinada a contorsionarse, dispuesta para esa tarea imposible…atrapar el aire. 

Podía sentir, aunque suene raro, la imperturbabilidad, la dureza del mármol. Los bailarines actuaban como si el tiempo les perteneciese, como si el espacio fuese su reino. ¿Y no debería ser así para todos los momentos del día? La danza nos enseña a vivir, porque libera el cuerpo. Pensar que por cada segundo que pasa uno tiene que ejecutar un movimiento. Sin perderse, sin demorarse. Y embarcado en esa obligación, el cuerpo fluye como un río a un lugar que desconoce. La mirada desaparece tras la exigencia de la danza, no está más puesta en el público o siquiera delante de sí. El bailarín ya no mira, o mira algo lejano y ciego, que solo siente con el cuerpo, que piensa que podrá conseguir si el cuerpo se mueve correctamente, a la manera de un ritual. Cuando uno comienza a bailar, una línea se traza -los escenarios están para eso- entre el bailarín y la realidad. Todo alrededor se esfuma, sólo queda él, nada más, desprendido del mundo. La danza me emociona porque el cuerpo, al que pocas veces prestamos atención, adquiere su libertad suprema. En ese acto, resplandece y, como estúpidos, descubrimos a un dios en nuestra carne. 

Tracing Isadora

For me, art is a king of miracle and it moves me to see that beauty is common, as Borges used to say, and to think that man can create it with apparent easiness. That is why, libraries, beautiful buildings, stages…and many other places are temples to me rather than random places of reality. 

The neatness and limpidity of the costumes and movements, together with the unblemished white drape in the background, gave you the impression of being in some distant and spotless Antiquity, not really touched by time, but by the Idea. In the first part- because the piece is divided into three sections-, the piano, masterly interpreted, exercised its own charm over spectators and dancers alike. That continuous touching of the piano by the dancers in the middle of each choreography, invited one to think the piano not like the random backdrop of a particular dance, but a real and concrete object. The piano rendered the magic of music, and it would have been difficult to feel the same emotions, should one had been staring at silent bodies. 

The body also became a powerful object, self-conscious of itself, unburdened of utility, only present as weight, volume and size. Even when sturdy, it seemed light, even when the move was risky or complex, the arms and the legs gave the appearance of being merely walking. And that is how the body also searched self-denial. It wanted to turn into air. It could not, however, stop being body and, in the attempt of becoming its opposite element, struggled in every possible way to seize it, with the hands, with the chest, with breathing. The skin was an elastic canvas destined to contort and bend, ready for an impossible task…to seize the air. 

I could feel, however strange this might sound, the impassibility and the hardness of marble. Dancers acted as though time belonged to them, as if space was their kingdom. ¿And shouldn’t it be like that for every instant of the day? Dance teaches us to live, because it frees the body. Just think that for each second that passes one must execute a precise move. Embarked in this obligation, the body flows like a river to a place it ignores. The gaze disappears under the demand of dance, since the former is no longer focused on the public nor even before itself. The dancer no longer looks at anything, or rather looks at something distant and blind, that he only feels with the body, and that he thinks he will achieve if it moves appropriately, as though performing a ritual. When one begins to dance, a line is drawn- that’s what stages are for- between the dancer and reality. Everything around him vanishes, only he remains, just him, loosened from the world. Dance moves me because the body, to which we seldom pay much attention, acquires its supreme freedom. Through dance, it shines and, like stupids, we discover a god in our flesh. 

SH

domingo, 9 de marzo de 2014

Dix/ Beckmann Mythos Welt en el Kunsthalle Mannheim

Veo estos cuadros como si fuesen reales, como si fuesen ventanas abiertas sobre otro mundo, y al rato entiendo que son la maravillosa creación de un hombre. Las personas sucedieron, son reales y simbólicas. Dix y Beckmann eran genios y como tales se dedicaron a pintar al hombre. A observarlo bien y probar con inmenso esfuerzo cuál era el sabor de ese centro misterioso que constituye la humanidad. No decidieron representar a ningún hombre. Pero tampoco es el hombre ideal. Es más bien la proyección infinita y vasta de lo que significa ser hombre, desde sus momentos sublimes hasta aquellos atroces. 

Ambos pintores vivieron de cerca la guerra. Los dibujos de Dix sobre la guerra son un auténtico diagnóstico de la crueldad humana, y en realidad del estado del alma del hombre que en esos tiempos se embarcó en una travesía para estúpidos. No hay heroísmo alguno en los soldados, Todos son pedazos de carne, muñecos grotesco, niños asustados…En los dibujos abunda la muerte, no solo explícitamente -como en un cuerpo en descomposición o una calavera o un asesinato- sino en el rostro desequilibrado de los soldados que desconocen su lugar en ese ambiente hostil. Las máscaras de gas que portan prefiguran la muerte. El trazo de los dibujos fuerte y enérgico da a la composición una violencia expresiva formidable. Dix no solo retrata la guerra sino todo tipo de violencias de las que está lleno el corazón humano como los asesinatos sexuales a prostitutas. Hace esto con una suerte de arrebato pudoroso. Veo en el dibujo a la prostituta muerta, abierta de piernas sangrando, la escena es horrible y nos inspira piedad. Pero no deja de ser estática, una suerte de estampa que es irreal y fría. Pero al lado uno puede ver un perro ladrando con rabia, un perro montado sobre otro en pleno acto sexual. La violencia es desplazada hacia otro lado. Y en el momento en el que se desplaza uno recuerda lo que en verdad está viendo, un cuerpo que salía vivir. En ese animal arrebatado que está al lado del cuerpo, pesa una carga enorme: es un mensajero de la muerte, es la marca de su paso, es una suerte de intuición que nos transmite como un balazo la fuerzas más bajas del hombre. Necesitamos dos planos, la simpleza de uno nos recuerda la bestialidad del otro. 

Resalta un dibujo de Dix en el que retrata el suicidio. El cuerpo de un hombre se encuentra suspendido de una cuerda, ahorcado, mientras su alma descansa sentada sobre una silla justo al lado. 

Beckmann celebra con maravilla el disfraz, el velo, el grotesco. Desarrolla con el tiempo un estilo de lineas simples, planos amplios, colores y sombras definidas, le interesa menos el realismo que la expresión. Hace bellos retratos en los que incluye con delicadeza el afecto que siente por las personas retratadas. Retrata la vida bohemia, del alcohol, de los prostíbulos, pero con composiciones más cálidas. Piensa en la belleza de la forma y no en su horror. Dix en cambio es casi despiadado. No le interesa el realismo pero sí la deformación. No copia nada. Crea seres macabros, seres no aptos para la vida más que en un estado degradado. Busca la fealdad como si ella los salvara. ¿Siente piedad por sus criaturas? ¿Las ama, las odia, las quiere ver en el barro? ¿O las redime, las muestra en su insoportable degradación para inspirarnos vergüenza de nosotros mismo, para que las queramos? No lo sé. 

Durante el nazismo, ambos pintores buscaron la forma de sobrevivir, plasmaron en el clima o en situaciones irreales la verdadera realidad alemana. Beckmann pinta un mar bravo. Dix Lot y sus hijas, donde en el primer plano están Lot borracho con sus hijas desnudas intentando tener sexo con él. Ellas están vestidas con unas ropas coloridas de mal gusto, con unos drapeados exagerados y espantosos…pero atrás está Dresden quemándose. Uno puede contemplar en el bellísimo uso del rojo, del naranja y del amarillo la majestad del fuego. 

Ambos pintores se inclinaron con el tiempo por los motivos bíblicos, pintaron a Jesus muchas veces, sobre todo en la cruz, no necesariamente siguiendo la historia de la Biblia sino adaptando la figura crística a los tiempos modernos. 


Los cuadros de Dix y de Beckmann son bellísimos y por eso, se transforman con cada interpretación. No tienen una sola lectura ni apuntan en solo una dirección. Estas obras con su fuerza nos permiten tener una suerte de intuición acerca del mundo y del hombre. Esa debe ser la potencia de un cuadro y en el fondo de cualquier artista, que mediante la técnica pueda forjar un modo de representación que sea una configuración del mundo entero. 

Santiago Hamelau