Kirsten Mosel ha decidido intervenir la pared únicamente
utilizando el color negro- nada más ni nada menos-. La pared blanca ejerce un
encanto, una atracción. La pintura se sale de los límites habituales. Puedo
sentir el espacio. Y más curioso aún es el método de trabajo de la artista, a
través de stencils, de cutouts con
los que marca figuras, las rellena o las delinea para formar positivos y negativos
de una misma forma. Lo blanco y lo negro comienzan a tener la misma validez,
batallan, se amigan, se funden. La abstracción de esas formas puras y de esas
líneas deriva luego en una sustracción, en algo que falta, como expresa la
artista a propósito de su metodología. En el acto de pintar es como si
sustrajera al fondo parte de sí para invadirlo con una forma extraña o,
viceversa, es como si del fondo escarbara una forma latente detrás del
muro blanco.
Tedeo Muleiro optó por pinturas, donde representa a
divinidades populares de los pueblos americanos como la Pachamama. El dibujo y
el color se asemejan al comic pero el contenido supone su base en culturas
ancestrales…el arte entrecruza lo más lejano con lo cotidiano.
Las fotografías de Diego Atucha son de una calidad sorprendente,
la gravidez que pesa en ellas parece estar en su semejanza con las galaxias. El
negro lo abisma todo, la mirada se pierde descifrando las líneas y colores; y
luego me entero que son fotografías de basura. El manejo de la materia
desechada es asombroso, el arte puede elevar lo en apariencia decadente y darle
formas bellas para contemplar.
Julian Camargo decide trabajar en primer lugar con la
desautomatización de la obra de arte. Hay tres piezas expuestas: una hecha de
madera ensamblada pintada de blanco con una punta de color reside en un rincón
apoyada, luego otra pequeña escultura plana de poco volumen está pegada en lo
alto de la pared con cinta y por ultimo una gran escultura de maderas
ensambladas con un caño de luz encendido reposando sobre un montículo de cintas
adhesivas. Los límites de las obras se difuminan. El uso de la basura y de
material reciclado en el terreno del arte es notorio. Como hubiera dicho
Warhol, “siempre he creído que las cosas desechadas y que todos saben que no
valen para nada pueden ser potencialmente divertidas.” También vibra en estas
esculturas cierta frialdad, aquella frialdad que proviene de una obra más para
ser pensada que contemplada con los sentidos. Este movimiento es
contrarrestado, no obstante, por otro: uno de sorprendente amor por la materia,
por la luz, por la madera, por los colores vivos que en la aparente decadencia
del material surgen para restituirle una nobleza antigua asociada con el agrado
por el color. Esos productos urbanos desechados que no pueden volver al estado
de pureza prístina deben en su alteridad ser transformados por el arte y exigir
la contemplación del espectador desde su humildad de materiales rechazados. El
azar transformado en causalidad artística es fuente de belleza. Y cuando uno
acostumbra los ojos a estas esculturas, surge una extraña amistad.
En cuatro paredes, cuatro artistas con estilos distintos afirmaron cada uno su presencia particular, su concepción del arte; en definitiva la forma en que cada uno de ellos aborda las facetas de lo real. Cada vez que interactuamos con una obra de arte es como aprender a ver la otra cara de la moneda o las rayas ocultas del tigre, o a verlas de nuevo y ser consciente de que las vimos.
SH