¡ATENCIÓN! No se pierdan el último número de la Revista No Retornable (http://www.no-retornable.com.ar/v14/). Lleno de cosas para todos los gustos. Y entre las reseñas de la sección "¿Qué hay de nuevo?" pueden leer la que escribí sobre el libro Situaciones Berlinesas de Raul Zelik
(http://www.no-retornable.com.ar/v14/nuevo/hamelau.html). ¡¡¡Espero lo disfruten!!!
"...en este mundo la belleza es común" Borges "Lo que bien amas nunca perece,..." Bolaño "Welcome, O life, I go to encounter for the millionth time the reality of experience and to forge in the smithy of my soul the uncreated conscience of my race. Old father, old artificer, stand me now and ever in good stead." Joyce
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martes, 28 de enero de 2014
jueves, 9 de enero de 2014
Ron Mueck-El hombre que no quiso ser Dios
El hiperrealismo de Ron Mueck es impresionante. El trabajo que pone en cada obra, en cada detalle, es tan increible como doloroso. No imagino cuánto tiempo podría tomar la confección de cada uña, de cada arruga o de cada músculo.
Mueck tienen un taller fascinante. La película de Gautier Deblonde lo muestra perfectamente. El hombre y su equipo están rodeados de esculturas en miniatura, de cabezas moldeadas a la perfección, ausentes de cabello o pupilas, dibujos y pinturas que exhiben una maestría inigualable. Pero estas protoesculturas no llegan a ser obras, sino que son más bien un preludio, bocetos encerrados en una clase de limbo.
Mueck trabaja como un artesano incansable. La lucha con el material se da a través de la paciencia. No hay otra manera de conseguir esa perfección en el detalle. Mueck es como un pequeño Dios. Crea criaturas desde cero en su taller, como Dios desde el barro en los primeros días de la creación. La operación es ardua, llega a resultados asombrosos pero insatisfactorios. El hiperrealismo (la palabra casi es un oxímoron, ¿qué realidad hay más real que la realidad?) siempre falla. En algún lugar el brillo de la piel es falso, en algún otro el cabello cae de manera falaz...tarde o temprano la ilusión hiperreal se rompe. Por supuesto que Mueck es consciente de su insuficiencia, de su imposibilidad de ser Dios. No por otra razón busca, inteligentemente el extrañamiento a través de las proporciones de las esculturas, más grandes o más pequeñas que su referente promedio. ¿Y por qué, entonces, gastar tanto tiempo en el fracaso? ¿Pero no es el arte un poco un salto al vacío?
Las esculturas suelen representar, con suficiente belleza poética, situaciones de tensión, heridas, esperas, miradas o palabras no dichas, presiones sobre la piel que se hacen evidentes como si una situación estuviese por estallar o ya lo hubiese hecho-o por el contrario, quizá solo sea la inocencia de un momento sobrecargado de significado en su detención-. El arte congela a estos hombres(inexistentes) en esos gestos. Me recuerdan un poco a la fotografía. Es como si estas personas hubiesen pagado por la inmortalidad del arte: se salvan y se condenan a la vez. Continuamente mueren pero sin morir del todo. El mejor ejemplo es el pollo. Es curioso que lo que el español llama naturaleza muerta, el inglés lo llama still living (lo que sigue viviendo). El pollo está congelado en el paroxismo último de la muerte, si no ya en la muerte misma, en el cadáver. El pollo sigue viviendo a costa de no morir nunca, lo cual no significa verdaderamente vivir, sino la permanencia de un instante. Las esculturas al fin y al cabo son también máscaras, como lo indica la primera que abre la exposición. Todas son máscaras, no hay nadie real detrás, así creamos que lo hay por su poderoso olor a verosimilitud, a realidad explícita. ¿No son las venas y los pies de estas esculturas iguales a los míos? Pues sí, pero no.
Me retracto, nada tienen que ver estas esculturas con la fotografía. Esa conexión es una ilusión, aceptable sin duda, puesta allí para causar el impacto sobrecogedor que producen estas obras. Pero ellas son invenciones. No hay realidad en las esculturas. Mueck es un pequeño Dios fracasado, que a sabiendas de su fracaso, sabe que al menos ha intentado más que muchos hombres, pues ha cruzado un umbral, aquel en que decide dar su vida para arrojar a estos extraños seres a la existencia, sin siquiera saber si su deformidad los hará respetables. Estas esculturas, en su quietud hiperreal, casi como desdeñando el mundo, nos imploran que les prestemos atención. Nos gritan con su mutismo, con sus gestos inconclusos.
Lugar: PROA, La Boca, Buenos Aires: http://www.proa.org/esp/
Mueck tienen un taller fascinante. La película de Gautier Deblonde lo muestra perfectamente. El hombre y su equipo están rodeados de esculturas en miniatura, de cabezas moldeadas a la perfección, ausentes de cabello o pupilas, dibujos y pinturas que exhiben una maestría inigualable. Pero estas protoesculturas no llegan a ser obras, sino que son más bien un preludio, bocetos encerrados en una clase de limbo.
Mueck trabaja como un artesano incansable. La lucha con el material se da a través de la paciencia. No hay otra manera de conseguir esa perfección en el detalle. Mueck es como un pequeño Dios. Crea criaturas desde cero en su taller, como Dios desde el barro en los primeros días de la creación. La operación es ardua, llega a resultados asombrosos pero insatisfactorios. El hiperrealismo (la palabra casi es un oxímoron, ¿qué realidad hay más real que la realidad?) siempre falla. En algún lugar el brillo de la piel es falso, en algún otro el cabello cae de manera falaz...tarde o temprano la ilusión hiperreal se rompe. Por supuesto que Mueck es consciente de su insuficiencia, de su imposibilidad de ser Dios. No por otra razón busca, inteligentemente el extrañamiento a través de las proporciones de las esculturas, más grandes o más pequeñas que su referente promedio. ¿Y por qué, entonces, gastar tanto tiempo en el fracaso? ¿Pero no es el arte un poco un salto al vacío?
Las esculturas suelen representar, con suficiente belleza poética, situaciones de tensión, heridas, esperas, miradas o palabras no dichas, presiones sobre la piel que se hacen evidentes como si una situación estuviese por estallar o ya lo hubiese hecho-o por el contrario, quizá solo sea la inocencia de un momento sobrecargado de significado en su detención-. El arte congela a estos hombres(inexistentes) en esos gestos. Me recuerdan un poco a la fotografía. Es como si estas personas hubiesen pagado por la inmortalidad del arte: se salvan y se condenan a la vez. Continuamente mueren pero sin morir del todo. El mejor ejemplo es el pollo. Es curioso que lo que el español llama naturaleza muerta, el inglés lo llama still living (lo que sigue viviendo). El pollo está congelado en el paroxismo último de la muerte, si no ya en la muerte misma, en el cadáver. El pollo sigue viviendo a costa de no morir nunca, lo cual no significa verdaderamente vivir, sino la permanencia de un instante. Las esculturas al fin y al cabo son también máscaras, como lo indica la primera que abre la exposición. Todas son máscaras, no hay nadie real detrás, así creamos que lo hay por su poderoso olor a verosimilitud, a realidad explícita. ¿No son las venas y los pies de estas esculturas iguales a los míos? Pues sí, pero no.
Me retracto, nada tienen que ver estas esculturas con la fotografía. Esa conexión es una ilusión, aceptable sin duda, puesta allí para causar el impacto sobrecogedor que producen estas obras. Pero ellas son invenciones. No hay realidad en las esculturas. Mueck es un pequeño Dios fracasado, que a sabiendas de su fracaso, sabe que al menos ha intentado más que muchos hombres, pues ha cruzado un umbral, aquel en que decide dar su vida para arrojar a estos extraños seres a la existencia, sin siquiera saber si su deformidad los hará respetables. Estas esculturas, en su quietud hiperreal, casi como desdeñando el mundo, nos imploran que les prestemos atención. Nos gritan con su mutismo, con sus gestos inconclusos.
Lugar: PROA, La Boca, Buenos Aires: http://www.proa.org/esp/
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